Caminaba hacia El Carro de Tespis, que es donde celebramos las tertulias, pensando: “cuando entre me encontraré a unas cuantas personas ante la pantalla gigante, viendo los “previos” de la gran final (ese momento que llevamos todas nuestras vidas esperando y que dan sentido a toda una vida); pero no encontraré a (casi) ningún tertuliano”. ¡Pero no! Increíblemente, las ocho primeras personas que entraron en el local, recién abierto, ¡venían a charlar de filosofía! Os dejo valorar a vosotros el asunto.
Fueron inevitables (ya que la tertulia iba a tratar sobre los animales) los chistes acerca de quién es más “animal”, si el pulpo visionario, o los que lo vieron y emitieron en los telediarios…
Pero duraron poco, porque enseguida el árbitro pitó el comienzo y nos pusimos a discutir acerca de cómo deberíamos comportarnos con los demás animales.
¿Hay entre ellos y nosotros una diferencia sólo de grado, o se trata de una diferencia esencial o cualitativa, que justifique la visión tradicional (al menos la judeo-cristiana, pero también muchas otras), según la cual sólo el hombre es espiritual, o tiene alma, etc., y por tanto es lícito que los animales estén a su servicio.
La mayoría opinaba que la diferencia es de grado, lo que se aprecia más si nos fijamos en los animales más cercanos a nosotros. Pero ¿puede algún animal tener, por ejemplo, valores morales, o preguntas “existenciales” (qué hago aquí –en una tertulia-)? Bueno, quizás no. Pero tienen afectividad, y hay ejemplos “escalofriantes” de psicología animal (como el ejemplo de la leona que adoptó a una gacela y se moría de hambre antes que comérsela).
Vale, pero ¿cuántos animales vale una persona? Si tuvieses que optar por el sacrificio de x animales o una persona, ¿qué valor le darías a x?
Algunos dijeron: depende de qué animales y qué personas.
Alguien sostuvo que cada animal vale lo mismo que una persona: todos por igual.
Una persona (yo, concretamente) pensaba que incluso una especie animal completa no valía lo que una persona. Era un asunto difícil.
Pero, cambiando un poco el juego, si los animales son tan valiosos, ¿cómo es que los tratamos como los tratamos: comérnoslos, torearlos…?
María Jesús, que estudia para veterinaria, nos contó que había cursado ese año, voluntariamente, “Taurología”. Y había visto que los animales de lidia viven divinamente. ¿Justifica eso a la tauromaquia?
Vamos a ver: supongamos que alguien dijese: promovamos un deporte que consista en ahorcar burros. Dado que harán falta ejemplares, alguien los criará, y eso salvará a una especie que está al borde de la extinción… Todo el mundo dijo que era preferible que se extinguiera la especie. La cría de toros de lidia no justifica la tauromaquia. Si les gusta criar toros, que los críen por criarlos, por lo bonitos que son, o lo que sea. La verdad es que, detrás de eso, hay gente que considera arte un acontecimiento que consiste en burlarse de un animal y acabar matándolo. ¿Puede ser eso un arte? Bueno, todo puede ser un arte. Quizás algunos asesinos en serie lo hacían por razones estéticas. Pero eso no legitima algo inmoral, si es que es inmoral…
¿Y la comida de animales? Dado que no es necesario hoy en día, para mantenerse vivos y hasta suficientemente sanos, ¿es lícito comer animales? Algunos pensaban que comerlos era natural: ellos mismos se comen. Sí, pero ellos no eligen moralmente ¿no?
Otro tertuliano, contó que es vegetariano (aunque amante de los chuletones –un amor platónico-trágico). No come carne porque sabe cómo son tratados los animales. Aceptaría comerla si los tratásemos de otra manera. Pero, matarlos, por muy bien que se los trate ¿no es ya una crueldad innecesaria?
¿Habría que distinguir entre animales? Por ejemplo, ya que los peces, según es fama, son bastante estúpidos y desmemoriados, quizás bastante insensibles, ¿no sería mejor pedir pescado que carne?
Como siempre, se habló de muchas cosas, algunas sólo tangencialmente relacionadas, como si el instinto de supervivencia es la mayor necesidad, tal que justificaría que te comas a otro de tu especie.
Cuando llevábamos unos noventa minutos, empezaron a entrar ya muchos animales de la especie homo, emitiendo ciertos sonidos guturales, a veces acompañados de instrumentos musicales (de una sola nota –pero, eso sí, que sonaba como diez órganos a la vez-), con manifestaciones claras de exaltación grupal, con mástiles en sus manos, en cuyos extremos ondeaba la identidad colectiva. El volumen del macro-televisor se subió maravillosamente. Algunos entraron con platos en los que, bajo un manto de papel térmico (de aluminio) venían cadáveres troceados de animales de otras especies.
Fue entonces cuando notamos que el árbitro estaba pitando el final de la tertulia y, habiendo ganado todos en nuestro juego no competitivo (o mínimamente competitivo) nos marchamos (algunos prometían que no tenían plan de ver el partido…)
Afortunadamente, llegué a tiempo de sacar una cerveza del frigorífico, un poco de algo impregnado de grasas animales y ver el partido (por cierto, los paisesbajeños fueron un poquito "bestias", ¿no?)